Debes tener al menos 18 años para leerlo, este es un trabajo de ficción, todo en esta historia proviene de mi imaginación, espero te guste, me encantaría saber tú opinión.
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Mi vida ecuestre
Capítulo 3
A la mañana siguiente desperté por los ladridos de Cerbero, me preguntaba si el hombre hablaba algún idioma o no. Desde la pequeña puerta de reja hacía sus sonidos guturales, abrí los ojos y apenas se empezaba a pintar de un tono tenue los alrededores. No tenía idea que hora era, tallé mis ojos y bostecé, como es la costumbre en la mayoría de hombres, desperté con el pene levemente hinchado y con ganas de orinar, del cansancio no había podido tener una erección, me levanté y me asomé fuera del establo buscando algún baño exterior, me pregunté dónde iría Cerbero, supuse sería el mismo para mí.
La noche anterior el señor Benjamín unió mi collar a una cadena, así que estaba imposibilitado de poder salir. Me acerqué a la puerta y sintiéndome un poco tonto me agaché a hablar con Cerbero, "hey… ehm… ¿Dónde está el baño?", pero solo obtuve sonidos, sin indicaciones, "Tu… vas… al… baño… ¿si?", pregunté pausadamente, esperando me entendiera, "Donde… haces…", Y apunté con mi dedo a mi entrepierna. El hombre se giró donde estaba y levantando ligeramente su pierna empezó a orinar justo en la entrada.
"Genial", musité, ya no aguantaba más así que me fui al rincón más lejano que me permitía la cadena y así de pie hice, lanzando un chorro potente.
Cuando el señor Benjamín apareció me dio las primeras indicaciones de lo que haría rutinariamente, cada mañana tendría que sacar todo el heno sucio del establo y reemplazarlo por nuevo, "Depende de ti si quieres hacer tus necesidades por todos lados o bien en un rincón".
"¿Quiere decir que…?", fue tal mi sorpresa, aunque pensándolo bien, era lo obvio que me harían hacer.
Después del desayuno, que resultó ser de nuevo aquella masa blanda, pasé un largo rato de pie mientras el señor Benjamín hacía mediciones de mi cuerpo, principalmente del pecho y espalda, lo cual lo hizo meticulosamente, también lo hizo de mis brazos y piernas aunque no a detalle. Enseguida, de una bolsa sacó unas tiras de cuero con hebillas, las cuales las coloco en mi pecho y las apretó, fue incómodo y traté de ajustarlas pero el señor Benjamín me dio en las manos con la vara de madera.
Así empezaría mi trabajo en el campo. Justo al frente de la casa, en aquel área de pastizal donde el día que llegué corrí para escapar, tendría que empezar por deshierbar para luego arar la tierra. Al arnés que se me colocó en el torso le unió un arado, el cual jalaria por toda la extensión del terreno, una y otra vez, de ida y vuelta, primero para soltar la tierra y deshacerse de la hierba y después arar el campo para sembrar hortalizas.
¿De que me servía protestar?, créeme, lo hice en muchas ocasiones, está de más mencionarlas todas, solo te hago saber que después de un innecesario cruce de palabras comencé a caminar. Si la labranza es dura, imagina lo que era jalar el arado entre el pastizal haciendo que las raíces soltaran la tierra. El señor Benjamín nos dejó para ir a su casa, Cerbero caminaba de un lado a otro simplemente supervisando que yo no huyera.
Después de varias idas y venidas, sentí las ganas de 'ir al baño', lo aguanté por un tiempo, miraba hacia la casa esperando ver venir al señor Benjamín y decirle que me permitiera hacer mis necesidades, pero el tiempo pasaba y mis ganas iban en aumento. Entonces de la nada Cerbero hizo una pausa en su caminata y de cuclillas dejó salir lo que tenía que salir, y simplemente echó algo de tierra encima, ¿acaso también era lo que se esperaba de mí? Al llegar al extremo del terreno, sin poder aguantar más, me agazape como pude y relajé mi esfínter. No quiero entrar en esos detalles, pero aquel engrudo que me daban de comer debía de contener mucha fibra porque lo que salió fue tan firme que incluso hubiera podido hacerlo mientras labraba, sin problema, como un… caballo, no pude evitar exhalar con desaliento ante esa realización.
Cuando terminé, el señor Benjamín nos llevó a dar nuestra segunda comida del día. Pensaba que después de la ardua labor ya podría descansar, pero cual fue mi sorpresa que fui llevado otra vez al corral circular donde tuve que entrenar corriendo nuevamente, mi cuerpo estaba aún más cansado que el día anterior que no me tomó mucho agotar mi energía y volver a caer exhausto.
De nueva cuenta fui arrastrado al establo, donde me dejaron encadenado del cuello. Ya no volví a despertar ese día, sino hasta la mañana siguiente con mi cuerpo adolorido para iniciar una nueva jornada. Me colocó el arnés con el arado, tendría que labrar nuevamente el campo por si acaso había quedado alguna mala hierba. Y así ese día fue igual que él anterior, salvo que después de recobrar conciencia fuimos de nuevo al arroyo. Procuré lavar mi cuerpo agilmente, mostrar como limpiaba cada hendidura y mostrar mi glande para después sumergirme en el agua ante la lasciva mirada de Cerbero.
Rápidamente perdí la noción del tiempo, especialmente de los días, no se cuantos habrían pasado que mi cuerpo empezó a adaptarse, y no me refiero a que tenia más fuerza, que aunque estoy tonificado, no estaba acostumbrado a labores tan arduas, y a pesar de estar cansado y con dolor muscular, mi cuerpo comenzó a aceptar los cambios, adaptándose a los horarios de las dos comidas que me daban al día, mi digestión se sincronizó, incluso despertaba justo al amanecer sin que Cerbero llegara a hacerlo.
Así como me iba acostumbrando a la nueva rutina, de alguna manera el cuerpo retoma ciertas reacciones que se detuvieron por el impacto del cambio. Una mañana me desperté y giré sobre el heno, me estiré y tomé un respiro de aire fresco matutino, sobé mi torso y rascando mi pecho bajé por mi abdomen que por el trabajo fuerte comenzaba a marcarse más; al ser de complexión delgada, mi cintura es angosta, pude notar con mis dedos los surcos marcados en V hacia mi entrepierna. Deslicé mis dedos por el caminito y rasqué sobre mi pubis dónde el vello ya estaba un poco crecido ya que acostumbraba rebajarlo frecuentemente. Pensándolo bien, creo que recortaba más mi vello púbico que la poca barba que lograba crecer. Entonces fue cuando la noté, tomé con mi mano la base de mi pene y la tenía en total erección. Enderecé mi torso por la impresión, la sentía durisima, la admiré unos segundos, una gruesa vena recorría desde la base hasta el inicio del glande, el prepucio totalmente retraído dejaba ver por completo la brillante cabeza. Como ingenuo chico preadolescente me encontré preguntándome que hacer con eso, mire a la pequeña puerta de reja y no había nadie, pensé en dejarlo así, siempre fui una persona tímida en lo referente a la intimidad, nunca me masturbé en las regaderas después de los entrenamientos y nunca me vi atraído por el riesgo de hacerlo en lugares abiertos. Entonces pensé que básicamente el establo era mi espacio privado, así qué recorrí el tronco con mi mano, sentí la diferencia entre mi mano suave de hacía quizás una semana que lo hice por última vez y ahora que se sentía más áspera.
Después de unas suaves masajeadas me dejé llevar, con ritmo cadencioso empecé a jalar mi verga, la sensación era conocida, pero había algo más, había una tensión acumulada que necesitaba soltarse. Como un geiser acumulando un calor impresionante en su interior a punto de liberar su caliente líquido a presión. Con mi otra mano acariciaba mi pecho, mantenía mi ojos cerrados mientras seguía el movimiento manual, encontré que lo áspero de mis dedos contra mis suaves pezones creaban una sensación de placer que no había experimentado antes, gemí, primero suaves gemidos como leves quejidos, pero después el placer fue en aumento que no me limité en demostrar lo bien que se sentía.
Mis jadeos fueron en aumento cuando al poco tiempo sentí que me venía, esa sensación de flujo sanguíneo aumentando, esa energía corporal huyendo de la punta de tus extremidades y acumulándose en tu centro para en un punto cúspide… ¡explotar!.
No recuerdo haberlo hecho nunca de esa manera, como cuando abren las compuertas de una presa para liberar presión. Sentí un chorro salir, para cuando abrí mis ojos, un segundo y luego un tercer chorro salieron disparados del orificio en la punta. El primero y más abundante cayó en mi abdomen, creando un estanque entre mis comisuras, el segundo en mi muslo y el tercero en el heno.
Todavía jadeaba tratando de recuperarme cuando noté una peculiar sincronía en ellos, fue cuando giré mi mirada a la puerta, y de cuclillas, Cerbero observaba con detenimiento, sus ojos fijos y su lengua a medio salir de su boca entreabierta, y colgando en medio de sus extremidades, su grueso pene, palpitando, noté de nuevo la gota de líquido saliendo, para de repente empezar a chorrear abundantes cantidades de semen que escurría al suelo, se estaba corriendo sin siquiera tocarse, mientras me miraba postrado en la paja.
"¡Hey! ¡Largo!", fue mi instinto gritarle como si en verdad se tratara de un perro. Entonces Cerbero se fue, solamente porque escuchó abrirse la puerta de la casa, "¡diablos!" Exclamé. Antes procuraba tener papel higiénico o una toalla a la mano, pero ahora, las cosas cambiaron, intenté tomar mi espeso semen con la mano y embarrarlo en el heno pero de todos modos dejé un poco en mi piel.
El señor Benjamín me quito la cadena y me llevó fuera del pequeño establo, permanecí de pie mientras él me observaba, por fortuna ya no tenía mi erección, pero si la tenía un poco hinchada todavía. El hombre caminó alrededor mío con vara en mano, "Levanta los brazos", me dijo y obedecí, se acercó a mis axilas y jaló mis vello, yo solamente hice una mueca por la incomodidad, después me tomó del mentón y examinó mi cara, "Agarra tus tobillos…".
"¿Como?" Dije confundido.
"Que te flexiones y agarres tus tobillos…", dudé un momento, pero sentí la punzada en mis muslos al ser golpeado por la vara de madera. Apreté los dientes y me doblé hasta tocar mis tobillos. Entonces sentí los dedos del señor Benjamín abriendo mis nalgas, sentí un estremecimiento recorrer mi columna, ¿Que es lo que pretendía ahora? pero eso fue todo. Tomé mi desayuno y fui llevado al campo a hacer surcos en la tierra. El entrenamiento esa tarde no fue tan intenso, corrí hasta el cansancio pero no hasta desfallecer.
Por la tarde recorrimos el tramo entre la casa y el arroyo, ya reconocía algunos puntos y mientras avanzaba examinaba alguna posible ruta de escape. Pero cuando no tienes idea dónde estás, ¿hacia dónde corres?
Al igual que las anteriores veces, el hombre perro corrió a chapotear en el agua, yo caminé calmadamente pero el señor Benjamín me detuvo. "Espera muchacho", dijo abriendo el maletín de cuero que llevaba, "Hay que acicalarte".
"¿Como dice?", había entendido sus palabras, pero como todo, me causaba un poco de ansiedad lo que fuera a ocurrir.
El hombre me pidió permanecer quieto, del maletín sacó una máquina rasuradora y recorrió mi cuerpo con ella, rebajó el vello en mis axilas, lo poco de mis piernas y abdomen para luego seguir con mi pubis. El señor Benjamín se sentó en su lugar habitual y me llamó con su mano a acercarme. Y entonces, cuando estuve frente a él su mano se deslizó debajo de mis testículos y agarrando firmemente tentó mi paquete como si de fruta se tratara. Respingué pero como me tenia agarrado de las bolas no pude retroceder. "Yo… yo puedo hacerlo…", dije, que sí era inevitable el acicalamiento, por lo menos hacerlo yo mismo en mis partes íntimas.
"No te muevas…" dijo sin hacer caso de mi petición, "Te puedo llegar a lastimar si haces algún movimiento brusco…". Y así lo dejé, su calida mano sostenía mis bolas mientras cortaba mi vello púbico dejándolo casi al raz, movía mi miembro de un lado a otro, incluso lo llegó a estirar un poco para que todo quedara parejo. Entenderás que a pesar de haberme masturbado esa mañana, la acumulación de tensión y la manipulación con su suave mano causó que reaccionara. Mi verga fue creciendo, endureciendo en la mano del señor Benjamín, intenté mirar hacia otro lado evadiendo la situación.
"No te preocupes muchacho", dijo con serenidad, "Es mejor así, puedo acicalarte mejor de esta manera", y con mi pene erecto terminó de cortar el vello. Cruzó por mi mente que el señor Benjamin fuera homosexual, pero no había hecho ni una insinuación hasta el momento u obligado a hacer algo. Pensé que eso había sido todo, pero enseguida me pidió voltearme, "Toca tus tobillos".
Respiré hondo, fue un suspiro de resignación y me doblé. El señor Benjamín separó una nalga con su mano y manipulando la máquina con la otra corto el poco vello que había en mi culo, lo hacía meticulosamente y con destreza, llegué a pensar que tenía mucha práctica haciéndolo. "Aunque la comida que te doy ayuda a tu digestión, es mejor tener bien limpio el ano del ganado para evitar quede algún residuo", cada que se refería a mi como ganado, mi sangre hervía un poco más, quería voltear y gritarle que yo era un ser humano y que lo que hacía estaba mal, pero callé, "Ahora hincate".
"¿Que?"
"Que te hinques… así no puedo alcanzar tu cabeza". Entonces obedecí, la menor de las humillaciones hasta entonces sería un corte de cabello. Supuse que haría lo mismo que con todo mi cuerpo pero no captaba hasta entonces la mente retorcida del señor Benjamín. Tomó de su maletín una máquina más grande, especial para el pelo de la cabeza, y pasándola varias veces, primero por los costados, sentí como la brisa rozaba mi piel. Luego el hombre se reclinó hacia atrás admirando lo que pareciera fuera su obra de arte más reciente, "Te ves precioso". Alcé mis manos para acariciar mi cabeza, las cuales se deslizaron sobre mi piel, entonces fue que las pasé por mi coronilla, el señor Benjamín había dejado una franja de cabello en medio, me había hecho un corte mohicano, simulando la crin de un pony.
La mañana siguiente volví a despertar al amanecer, me estiré postrado en la cama de paja y mecánicamente estiré mi mano deslizándola por mi piel lampiña hasta tomar mi verga por la base, sin inmutarme comencé a masturbarme como lo había hecho la mañana anterior, pero al mirar hacia un lado me encontré con Cerbero atento de cuclillas en la puerta. Aunque los dos llevábamos tiempo conviviendo desnudos, paré y me giré para ocultar mi erección.
Ese día inicié otro proyecto del señor Benjamín, quería hacer un sendero hacia el arroyo, pero no lo quería hacer por el camino habitual ya que era muy empinado, "Necesito que sea apropiado para mover una carreta y poder transportar agua y piedras desde el rio", era obvio que la carreta seria jalada por mi en algun momento. Así que teniendo ya un terreno listo para ser sembrado, comencé a limpiar de hierba y piedras un camino trazado por el señor Benjamín.
Si la ruta habitual nos tomaba 15 minutos entre los árboles, este sendero tomaría el doble de tiempo, sino que más para rodear la inclinación, ese trabajo me tomaría más tiempo, ya que todas las tardes debía entrenar.
Mi piel morena clara había adoptado un tono bronceado por tantas horas bajo el sol y mi cuerpo comenzaba a fibrarse, si crei que antes estaba en forma, nunca me imaginé poder estar en el siguiente nivel. Los días pasaron y sentía una especie de hostigamiento pasivo por parte de Cerbero, aún más atento a mis movimientos que no me permitía ni un momento a solas para descargarme con una puñeta. Por obvias razones, mi tensión se acumulaba y mientras trabajaba era inevitable tener esporádicas erecciones a lo cuál al señor Benjamín no le importaba me pavoneara con mi verga erecta tambaleándose.
De alguna manera mi cuerpo tenía que liberar tal urgencia, así que una noche, mi imaginación dio rienda suelta a los deseos. Soñé con la chica que tanto me gustaba en la universidad, en mi mente, estábamos en un lugar calmado y solitario, era una paradisíaca playa donde yo estaba recostado en la arena y ella venía caminando con su bikini puesto, de pronto se fue despojando de las prendas, sus pechos eran perfectos y sus caderas anchas, se sentó sobre mis piernas y nos besamos. Giramos en la arena, nos acariciabamos y de pronto yo también estaba desnudo, mi verga dura descansaba entre nuestros cálidos cuerpos y me dispuse a penetrarla. Hacíamos el amor a la orilla de la playa, las olas llegaron a nuestros pies, después a nuestras pantorrillas, y así la marea fue subiendo hasta que el agua llegaba a arriba de mis muslos. Sentí la humedad en mis nalgas, y curiosamente mientras movía mis caderas metiendo cada centímetro de mi, el agua se filtraba entre mis nalgas.
Fue entonces que desperté. Con mi cara sobre la paja quise maldecir por la interrupción pero una sensación de placer me recorría el cuerpo, giré hacia atrás y mis ojos quedaron como platos, la respiración se me fue y quise saltar de la impresión, pero las manos de Cerbero estaban ganchadas a mis piernas, el hombre tenía su cara hundida entre mi nalgas y la humedad que sentía era la de su lengua profanandome. Grité e intenté luchar, pero me tenía sometido con su fuerza y una llave bien aplicada con sus brazos en mis muslos y sus manos en mi espalda baja. Emitía gemidos y gruñidos mientras intentaba devorar mi culo, sentía su lengua abriéndose pasó dentro de mí. "¡No! Por favor ¡No!", supliqué como pude, pero lo único que logré fue alentarlo, fue difícil luchar en dicha posición, en un intento por golpearlo tomó mis manos con las suyas y las presionó a mi espalda. De haber podido safarme, qué caso tenía si de todos modos estaba encadenado del cuello. Mis gritos y suplicas eran por el sentimiento de ser violado, pero entre ellos había gemidos por una sensación que jamás había experimentado.
No pude luchar más, no había caso, seguí gimiendo, mis ojos se perdieron detrás de mis párpados, mi respiración era agitada y entonces…
Continuará.